Como muchos alimentos y bebidas, el vino también debe de consumirse a determinada temperatura para poder disfrutar de todo lo que el bodeguero quiso expresar con él. La temperatura puede hacer que un vino abominable se transforme en uno pasable, y que un gran vino se convierta en algo plano y poco excepcional. Por tanto, la temperatura es un factor importante que debemos tomar en cuenta a la hora de consumir un vino. Te mostramos cómo debes servir cada vino dependiendo de que tipo sea.
– Un vino tinto joven, con algo de astringencia, mucha fruta y algo de acidez, se debe tomar a una temperatura baja, de esta forma se ensalza lo secante y verde y se pierde la fruta. Por otro lado, si este mismo vino se toma caliente, digamos a 20 grados, pierde la gracia y la chispa de su juventud y acidez.
– Un vino tinto con crianza y algo alcohólico, como son la mayoría de los levantinos, andaluces y castellanos en España, si se lo enfria mucho pierde su complejidad y aromas terciarios (cueros, tabaco, etc). Por otro lado, si lo tomamos a una temperatura de 15-16 grados, se muestra en todo su esplendor y el alcohol casi no se siente, o si aparece lo hace de forma no molesta. No debería beberse a una temperatura mayor a ésta.
– El vino blanco sin madera admite temperaturas bajas, dependiendo de la complejidad del mismo la temperatura aumentará. Partiendo de los 8 grados para blancos normales y llegando a los 14, por ejemplo, para los borgoñas viejos y, en general, para vinos que son criandos en madera o sobre sus lías. Se hace algo similar con los generosos: manzanillas y finos. Estos últimos deben beberse a 6-8 grados y el resto, como los olorosos o amontillados, por encima de los 12.
– Los rosados se pueden tratar como blancos jóvenes, en el caso de un Mateus Rose por ejemplo, o como blancos con crianza, por ejemplo, en caso de un Chivite 125.
Siguiendo estos consejos podrás disfrutar de tus vinos al máximo sacándoles el máximo provecho.
¡Suerte!